¿Por qué nos sentimos incómodos cuando hablamos a alguien y está con la mirada perdida, o mira a todos lados menos a nosotros? ¿Por qué nos cuesta a veces a nosotros centrar la mirada en el otro, como si fuese una invasión de su espacio personal?
La falta de costumbre en las cosas provoca que cuando nos salimos de nuestra zona de confort nos sintamos incómodos, a veces, incluso intimidados. Y es que la rutina de mirar a alguien a los ojos mientras nos comunicamos con él/ella o él/ella se comunica con nosotros, no es una práctica muy habitual hoy en día.
Estamos acostumbrados a ir corriendo de un lado a otro, a interactuar por redes, a que las cosas se realicen de manera indirecta e impersonal... Pero, ¿nos paramos algún momento a prestar atención a quien tenemos delante? ¿Nos detenemos realmente a mostrar interés sincero al comunicarnos con otras personas? ¿Somos verdaderamente capaces de obtener información de la mirada de la otra persona y de transmitir nuestro estado a través de nuestra propia mirada?
Esta es la importancia de mirar a los ojos a los demás: mostrarles interés sincero en nuestra intención de mantener una comunicación con ellos y una escucha activa que facilite este proceso; transmitir seguridad en nosotros mismos, lo cual resulta especialmente importante si queremos que los demás confíen en lo que les estamos comunicando; mostrar cercanía mediante nuestro lenguaje no verbal, lo cual facilita que la otra persona se abra también y se sienta cómoda; y poder transmitir nuestro estado anímico, resultando esto fundamental para que las demás personas detecten el estado en el que nos encontramos en cada momento.
Por estos y más motivos, os animo a practicar en las conversaciones el mirar a los ojos de las otras personas y así obtener beneficios personales y bidireccionales con los otros (seguridad, autoestima, confianza en uno mismo y en los otros, apertura personal, honestidad, detección y comprensión emocional...).